Por eso les hablo en parábolas, porque miran, y no ven; oyen, pero no escuchan ni entienden (Jesús en el evangelio de Mateo).
Se llamaba Leví y se dedicaba a recaudar impuestos, por eso la gente de su pueblo (Cafarnaún) le consideraba pecador, porque trabajaba para el César como publicano. Jesús, como había hecho con otros, observó fijamente a Leví y le dijo: "¡Ven conmigo!". El Mesías también le cambió el nombre, llamándole en hebreo "Mattyáh" (don de Yahveh). Y es una cita de este evangelista el origen de lo que tanto en las investigaciones de sociología como economía algunos hemos llamado con el nombre de «Efecto Mateo». Textualmente: porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, aún lo que tiene, se le quitará. Esta frase aparece varias veces en el Nuevo Testamento (Lucas y Marcos también la utilizan) además de que Mateo la utiliza en otra ocasión y en similar sentido (Mateo, en el capítulo 13, versículos 10-17): A vosotros se os ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos, no. Porque al que tiene se le dará más y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran, y no ven; oyen, pero no escuchan ni entienden.
Ya hemos comentado muchas veces en este blog que una de las características más definitorias de la actual crisis que sufrimos desde 2007 es su mutabilidad: comenzó siendo una crisis financiera para afectar a la economía real; pasó de ser una crisis centrada en los países desarrollados a un problema global, ralentizando el crecimiento incluso de China o Rusia; y ahora afecta a todo el modelo político-económico-social que estuvo vigente durante el siglo XX. Porque, digámoslo de una vez ya que va a ser el tema que desarrollaremos en este post, el modelo del pensamiento único, ese que defendía que habíamos llegado a la sociedad perfecta con la democracia capitalista, ha fracasado rotundamente. La crisis es económico-financiera pero también social y política. Es sistémica. Y no hay marcha atrás.
No entraremos a discutir lo ya conocido de los efectos económicos de la actual crisis. Pero sí a un concepto que se ha desarrollado en ella y que supone un nuevo planteamiento en los modelos de oligopolio de Teoría Económica: los bancos sistémicos, es decir, los bancos demasiado grandes para quebrar. El planteamiento es sencillo: la empresa ya no necesitan aumentar su tamaño para aprovechar las economías de escala. Su objetivo debe ser alcanzar un tamaño lo suficientemente grande como para que los gobiernos no puedan permitir su quiebra y deban intervenir –con el dinero de todos- para salvarla. Eso permite a esas empresas financieras especular sin asumir las consecuencias de sus acciones –riesgo moral se denomina en términos económicos- ya que cualquiera que sea el resultado siempre saldrán ganando: si lo hacen bien porque obtendrán beneficios; si lo hacen mal porque el estado –nuevamente, con nuestro dinero- las salvará porque no puede dejarlas quebrar.
El otro punto que queremos destacar desde la perspectiva económica es que estamos probando nuestra propia medicina. Durante siglos hemos considerado a África o Asia como continentes a explotar, lugares donde obtener las materias primas o el trabajo no cualificado para mantener nuestro nivel de vida. Sus condiciones vitales y laborales no nos importaron mientras permitieran que el mundo occidental creciese. Como ha contado Stiglitz, algo similar hicimos con otros países, a los que aplicamos las recetas del FMI que ahora nos toca asumir. Acciones como el corralito argentino arruinaron a un país y le impusieron unas condiciones extremas, de práctica supervivencia. Pero no nos importó, como diría Bertolt Bretch, porque no éramos nosotros: ahora vienen a por nosotros, ahora nos las imponen desde fuera.
La crisis es también social. La escuela del pensamiento único hizo creer que la lucha de clases era innecesaria, que todos podíamos ser ricos o aspirar a serlo. Que como dice la máxima estadounidense, cualquiera podía llegar a Presidente. Esta crisis ha desmontado esta falacia. El abanico de ingresos se ha ampliado: los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres. Según los últimos datos publicados por el INE los ingresos medios anuales de los hogares españoles disminuyeron un 4,4% en 2010 hasta situarse en los 24.890 euros. En 2011 el 35,9% de los hogares afirma que no tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos; el 21,8% de la población residente en España está por debajo del umbral de pobreza; el 26,1% de los hogares manifiesta llegar a fin de mes con dificultad o mucha dificultad; el 38,8% no se puede permitir ir de vacaciones fuera de casa al menos una semana al año… Y mientras, los bancos reportan beneficios, las grandes fortunas incrementan su patrimonio, aquellos que hicieron quebrar las Cajas de Ahorros se asignan indemnizaciones millonarias y 4,5 millones de españoles tienen que vivir de la beneficencia, de lo que entre todos los pobres/clase media aportamos para mantenerlos. Recuerden un hecho: los ricos españoles tienen su dinero en las SICAV –a las que el gobierno no se atreve a incrementar la presión fiscal- que cotizan al 1% , y han dejado muy claro que ellos no apoyan la iniciativa de Warren Buffet de pagar más.
Por último, la crisis es también política. La democracia representativa tal y como funcionó en el siglo XX está finiquitada. Internet ha permitido el acceso instantáneo de todos a toda la información, por lo que los políticos han perdido su control. Pero, sobre todo, porque la actual crisis ha demostrado quienes son los auténticos detentadores del poder: los mercados y quienes los dominan. El hecho de que la balanza se incline hacia la derecha o la socialdemocracia –nos negamos a denominarles izquierda- en las próximas elecciones del 20N no va a suponer opciones significativamente diferentes. La política económica la seguirán dirigiendo desde Alemania y los mercados dictarán, en última instancia, lo que deberá hacer el próximo gobierno en materia económica, financiera, laboral… Los políticos deberían tomar buena cuenta y reaccionar si no quieren verse sobrepasados por los movimientos sociales.
Una última consideración para finalizar este post: desde tiempos inmemorables la gran lucha de la humanidad ha sido por el reparto de la riqueza. Cuando la economía crece esa lucha se suaviza, porque en cierta medida hay para todos. Cuando hay recesión surgen los problemas. Hoy por hoy las demandas de redistribución de la riqueza son pacíficas, pero vivimos una época convulsa y de transformaciones muy profundas, por lo que el futuro es impredecible. Tan solo hay una cosa segura: la sociedad que se asiente tras esta crisis político-económico-social distará bastante de la democracia capitalista representativa del siglo XX. De todos nosotros, de no dejarnos manejar, depende su creación.
La Crisis Fringe durará más de una década y una vez se supere las cosas nunca serán iguales, el mundo habrá cambiado como lo hizo en 1929. Evitar el Efecto Mateo quiere decir que, para ese nuevo mundo que surja tras la gran crisis debemos tener en cuenta el desigual reparto de la riqueza, las necesidades humanas básicas o el sufrimiento de cientos y cientos de millones de seres, iguales a nosotros, que viven (sobreviven) con menos de un dólar al día. Y reorientarnos a la economía real más que hacia la cultura de la banca en la sombra, que nos ha llevado a la primera crisis del siglo XXI. El problema es que por ahora no tenemos a un Franklin Delano Roosevelt, ni a un Keynes con una renovada Teoría General; ni, por supuesto, a una valiente Ley Glass-Steagall . Y es que miran y no ven; oyen, pero no escuchan ni entienden.
© José A. Martínez y José L. Calvo, 2011.
Se llamaba Leví y se dedicaba a recaudar impuestos, por eso la gente de su pueblo (Cafarnaún) le consideraba pecador, porque trabajaba para el César como publicano. Jesús, como había hecho con otros, observó fijamente a Leví y le dijo: "¡Ven conmigo!". El Mesías también le cambió el nombre, llamándole en hebreo "Mattyáh" (don de Yahveh). Y es una cita de este evangelista el origen de lo que tanto en las investigaciones de sociología como economía algunos hemos llamado con el nombre de «Efecto Mateo». Textualmente: porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, aún lo que tiene, se le quitará. Esta frase aparece varias veces en el Nuevo Testamento (Lucas y Marcos también la utilizan) además de que Mateo la utiliza en otra ocasión y en similar sentido (Mateo, en el capítulo 13, versículos 10-17): A vosotros se os ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos, no. Porque al que tiene se le dará más y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran, y no ven; oyen, pero no escuchan ni entienden.
Ya hemos comentado muchas veces en este blog que una de las características más definitorias de la actual crisis que sufrimos desde 2007 es su mutabilidad: comenzó siendo una crisis financiera para afectar a la economía real; pasó de ser una crisis centrada en los países desarrollados a un problema global, ralentizando el crecimiento incluso de China o Rusia; y ahora afecta a todo el modelo político-económico-social que estuvo vigente durante el siglo XX. Porque, digámoslo de una vez ya que va a ser el tema que desarrollaremos en este post, el modelo del pensamiento único, ese que defendía que habíamos llegado a la sociedad perfecta con la democracia capitalista, ha fracasado rotundamente. La crisis es económico-financiera pero también social y política. Es sistémica. Y no hay marcha atrás.
No entraremos a discutir lo ya conocido de los efectos económicos de la actual crisis. Pero sí a un concepto que se ha desarrollado en ella y que supone un nuevo planteamiento en los modelos de oligopolio de Teoría Económica: los bancos sistémicos, es decir, los bancos demasiado grandes para quebrar. El planteamiento es sencillo: la empresa ya no necesitan aumentar su tamaño para aprovechar las economías de escala. Su objetivo debe ser alcanzar un tamaño lo suficientemente grande como para que los gobiernos no puedan permitir su quiebra y deban intervenir –con el dinero de todos- para salvarla. Eso permite a esas empresas financieras especular sin asumir las consecuencias de sus acciones –riesgo moral se denomina en términos económicos- ya que cualquiera que sea el resultado siempre saldrán ganando: si lo hacen bien porque obtendrán beneficios; si lo hacen mal porque el estado –nuevamente, con nuestro dinero- las salvará porque no puede dejarlas quebrar.
El otro punto que queremos destacar desde la perspectiva económica es que estamos probando nuestra propia medicina. Durante siglos hemos considerado a África o Asia como continentes a explotar, lugares donde obtener las materias primas o el trabajo no cualificado para mantener nuestro nivel de vida. Sus condiciones vitales y laborales no nos importaron mientras permitieran que el mundo occidental creciese. Como ha contado Stiglitz, algo similar hicimos con otros países, a los que aplicamos las recetas del FMI que ahora nos toca asumir. Acciones como el corralito argentino arruinaron a un país y le impusieron unas condiciones extremas, de práctica supervivencia. Pero no nos importó, como diría Bertolt Bretch, porque no éramos nosotros: ahora vienen a por nosotros, ahora nos las imponen desde fuera.
La crisis es también social. La escuela del pensamiento único hizo creer que la lucha de clases era innecesaria, que todos podíamos ser ricos o aspirar a serlo. Que como dice la máxima estadounidense, cualquiera podía llegar a Presidente. Esta crisis ha desmontado esta falacia. El abanico de ingresos se ha ampliado: los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres. Según los últimos datos publicados por el INE los ingresos medios anuales de los hogares españoles disminuyeron un 4,4% en 2010 hasta situarse en los 24.890 euros. En 2011 el 35,9% de los hogares afirma que no tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos; el 21,8% de la población residente en España está por debajo del umbral de pobreza; el 26,1% de los hogares manifiesta llegar a fin de mes con dificultad o mucha dificultad; el 38,8% no se puede permitir ir de vacaciones fuera de casa al menos una semana al año… Y mientras, los bancos reportan beneficios, las grandes fortunas incrementan su patrimonio, aquellos que hicieron quebrar las Cajas de Ahorros se asignan indemnizaciones millonarias y 4,5 millones de españoles tienen que vivir de la beneficencia, de lo que entre todos los pobres/clase media aportamos para mantenerlos. Recuerden un hecho: los ricos españoles tienen su dinero en las SICAV –a las que el gobierno no se atreve a incrementar la presión fiscal- que cotizan al 1% , y han dejado muy claro que ellos no apoyan la iniciativa de Warren Buffet de pagar más.
Por último, la crisis es también política. La democracia representativa tal y como funcionó en el siglo XX está finiquitada. Internet ha permitido el acceso instantáneo de todos a toda la información, por lo que los políticos han perdido su control. Pero, sobre todo, porque la actual crisis ha demostrado quienes son los auténticos detentadores del poder: los mercados y quienes los dominan. El hecho de que la balanza se incline hacia la derecha o la socialdemocracia –nos negamos a denominarles izquierda- en las próximas elecciones del 20N no va a suponer opciones significativamente diferentes. La política económica la seguirán dirigiendo desde Alemania y los mercados dictarán, en última instancia, lo que deberá hacer el próximo gobierno en materia económica, financiera, laboral… Los políticos deberían tomar buena cuenta y reaccionar si no quieren verse sobrepasados por los movimientos sociales.
Una última consideración para finalizar este post: desde tiempos inmemorables la gran lucha de la humanidad ha sido por el reparto de la riqueza. Cuando la economía crece esa lucha se suaviza, porque en cierta medida hay para todos. Cuando hay recesión surgen los problemas. Hoy por hoy las demandas de redistribución de la riqueza son pacíficas, pero vivimos una época convulsa y de transformaciones muy profundas, por lo que el futuro es impredecible. Tan solo hay una cosa segura: la sociedad que se asiente tras esta crisis político-económico-social distará bastante de la democracia capitalista representativa del siglo XX. De todos nosotros, de no dejarnos manejar, depende su creación.
La Crisis Fringe durará más de una década y una vez se supere las cosas nunca serán iguales, el mundo habrá cambiado como lo hizo en 1929. Evitar el Efecto Mateo quiere decir que, para ese nuevo mundo que surja tras la gran crisis debemos tener en cuenta el desigual reparto de la riqueza, las necesidades humanas básicas o el sufrimiento de cientos y cientos de millones de seres, iguales a nosotros, que viven (sobreviven) con menos de un dólar al día. Y reorientarnos a la economía real más que hacia la cultura de la banca en la sombra, que nos ha llevado a la primera crisis del siglo XXI. El problema es que por ahora no tenemos a un Franklin Delano Roosevelt, ni a un Keynes con una renovada Teoría General; ni, por supuesto, a una valiente Ley Glass-Steagall . Y es que miran y no ven; oyen, pero no escuchan ni entienden.
© José A. Martínez y José L. Calvo, 2011.