Solo cuando conoces cada detalle de la disposición de un terreno puedes maniobrar y guerrear
A mediados de 2004 un joven, exultante e inexperto presidente del gobierno español lanzaba una frase que, debemos dejarlo dicho por anticipado, nos aterró y nos dio idea de los posibles despropósitos a los que estábamos abocados: “Yo voy a hacer la segunda transición en España”. Como si la primera no hubiese sido difícil y no hubiese necesitado el consenso y buen hacer de los españoles y de un grupo excepcional de políticos, José Luis Rodríguez Zapatero se proponía enmendar la plana y acometer él solo un cambio de modelo de la sociedad y la economía españolas. Menos mal que aquella declaración quedó en meras palabras.
Y sin embargo, siete años después España necesita una nueva transición que la sitúe en la senda de la Economía del Conocimiento y la Experiencia, y que nos permita retornar a tasas de crecimiento que generen empleo y bienestar social. Es la gran oportunidad del presidente y su gobierno de pasar en positivo a la Historia. Pero para ello hacen falta dos elementos fundamentales: reconocer el escenario en el que vivimos y, parafraseando al propio presidente, “reformas, reformas y reformas”. He aquí un breve resumen de algunas realidades que deben ser tenidas en cuenta y que condicionan el sentido de las reformas.
Se ha producido una Revolución Digital tan importante como fue la Revolución Industrial. Y lo ha transformado todo: el trabajo, las relaciones sociales, incluso la forma de concebir el mundo. El teletrabajo es una realidad que irá expandiéndose; las Redes Sociales hicieron presidente a Obama y estamos seguros que van a ser decisivas en las próximas elecciones españolas; los jóvenes piensan diferente y viven en un entorno distinto a los que superamos los cuarenta años. Y si embargo, en España tenemos dirigentes analógicos en este mundo digital, como pone de manifiesto la Ley Sinde.
En Occidente vivimos en una economía de sobreproducción, donde lo importante no son los productos en sí sino las sensaciones que nos generan. Es la Economía de la Experiencia, donde no se compra un coche para ir de Barcelona a Cuenca ni un teléfono para llamar: se adquiere por lo que dice de nosotros y cómo nos hace sentir. Por ello cobran cada vez más valor las experiencias vitales y las marcas, incluidas las de país: Alemania es la perfección técnica –BMW, Audi…- ; Francia el lujo –Louis Vuitton, Chanel…- ; España podría vender el placer de vivir –sol, cultura, ocio, arte…-.
La Economía del Conocimiento ha revolucionado el mercado de trabajo. De las 3.291.263 empresas que había en España en 2010 tan solo 1704 superaban los 500 trabajadores (el 0,05%), y solo 101 tenían más de 5000. Seguir con la concepción obrerista de lucha de clases entre empresarios explotadores y trabajadores explotados en este mercado de trabajo es, simplemente, demagógico. Como ya hemos dicho, el teletrabajo pero, sobre todo, el autoempleo, son el futuro en un mundo donde la localización geográfica de los trabajadores ya no es una limitación, y el conocimiento la base en la que asentar el crecimiento económico. El principal problema de España es su mercado de trabajo: ineficiente, trasnochado e inflexible. España debe conseguir crecer por encima del 2 % y lo debe hacer con imaginación. Como lo hacen la India, China, Brasil y los emergentes. El gobierno no debe entorpecer.
Es precisa, también, una redefinición de la Economía del Bienestar, ajustada a la realidad actual. Esto pasa por eliminar viejos clichés: las pensiones han de ajustarse a la nueva esperanza de vida pero también a la riqueza de los individuos; el gasto público debe racionalizarse y estar sometido a un control muy estricto, muy especialmente en las Comunidades Autónomas, que han sido un pozo sin fondo de prebendas y compras de voto; la Sanidad debe ajustar sus servicios a las necesidades reales, introduciendo el copago para que los individuos asuman que es un derecho del que no se debe abusar; la Educación debe ser gratuita en sus tramos inferiores, pero en ningún caso la universitaria. Hace ya mucho tiempo que Julian Le Grand de la la London School of Economics demostró que la educación universitaria gratuita es regresiva, financiando con impuestos de los que están trabajando a los estudiantes profesionales.
Por último, es necesaria una política energética realista. España es un país muy dependiente energéticamente de unos recursos no renovables cuyo precio irá creciendo de forma exponencial en los próximos años. Si a esto sumamos la globalización económica y los cambios políticos que se están produciendo y se van a producir en los países árabes, donde la libertad les dará el control de democrático de sus recursos naturales, estamos sentados en un barril de pólvora y fumando. Por ello debemos olvidarnos del discurso hippy y afrontar nuestras restricciones. El desarrollo de las energías renovables, y muy especialmente de la energía solar -la más democrática-, el fomento de su utilización –con, por ejemplo, la financiación parcial de la instalación de paneles solares en las viviendas en lugar de transferir los recursos directamente a las grandes empresas energéticas como se hace ahora- o la vuelta atrás del gobierno en materia de energía nuclear, son pasos en la dirección correcta.
La segunda transición es imprescindible. Es el momento de convertirnos en europeos de plenos derechos y deberes.
© José L. Calvo y José A. Martínez, 2011
A mediados de 2004 un joven, exultante e inexperto presidente del gobierno español lanzaba una frase que, debemos dejarlo dicho por anticipado, nos aterró y nos dio idea de los posibles despropósitos a los que estábamos abocados: “Yo voy a hacer la segunda transición en España”. Como si la primera no hubiese sido difícil y no hubiese necesitado el consenso y buen hacer de los españoles y de un grupo excepcional de políticos, José Luis Rodríguez Zapatero se proponía enmendar la plana y acometer él solo un cambio de modelo de la sociedad y la economía españolas. Menos mal que aquella declaración quedó en meras palabras.
Y sin embargo, siete años después España necesita una nueva transición que la sitúe en la senda de la Economía del Conocimiento y la Experiencia, y que nos permita retornar a tasas de crecimiento que generen empleo y bienestar social. Es la gran oportunidad del presidente y su gobierno de pasar en positivo a la Historia. Pero para ello hacen falta dos elementos fundamentales: reconocer el escenario en el que vivimos y, parafraseando al propio presidente, “reformas, reformas y reformas”. He aquí un breve resumen de algunas realidades que deben ser tenidas en cuenta y que condicionan el sentido de las reformas.
Se ha producido una Revolución Digital tan importante como fue la Revolución Industrial. Y lo ha transformado todo: el trabajo, las relaciones sociales, incluso la forma de concebir el mundo. El teletrabajo es una realidad que irá expandiéndose; las Redes Sociales hicieron presidente a Obama y estamos seguros que van a ser decisivas en las próximas elecciones españolas; los jóvenes piensan diferente y viven en un entorno distinto a los que superamos los cuarenta años. Y si embargo, en España tenemos dirigentes analógicos en este mundo digital, como pone de manifiesto la Ley Sinde.
En Occidente vivimos en una economía de sobreproducción, donde lo importante no son los productos en sí sino las sensaciones que nos generan. Es la Economía de la Experiencia, donde no se compra un coche para ir de Barcelona a Cuenca ni un teléfono para llamar: se adquiere por lo que dice de nosotros y cómo nos hace sentir. Por ello cobran cada vez más valor las experiencias vitales y las marcas, incluidas las de país: Alemania es la perfección técnica –BMW, Audi…- ; Francia el lujo –Louis Vuitton, Chanel…- ; España podría vender el placer de vivir –sol, cultura, ocio, arte…-.
La Economía del Conocimiento ha revolucionado el mercado de trabajo. De las 3.291.263 empresas que había en España en 2010 tan solo 1704 superaban los 500 trabajadores (el 0,05%), y solo 101 tenían más de 5000. Seguir con la concepción obrerista de lucha de clases entre empresarios explotadores y trabajadores explotados en este mercado de trabajo es, simplemente, demagógico. Como ya hemos dicho, el teletrabajo pero, sobre todo, el autoempleo, son el futuro en un mundo donde la localización geográfica de los trabajadores ya no es una limitación, y el conocimiento la base en la que asentar el crecimiento económico. El principal problema de España es su mercado de trabajo: ineficiente, trasnochado e inflexible. España debe conseguir crecer por encima del 2 % y lo debe hacer con imaginación. Como lo hacen la India, China, Brasil y los emergentes. El gobierno no debe entorpecer.
Es precisa, también, una redefinición de la Economía del Bienestar, ajustada a la realidad actual. Esto pasa por eliminar viejos clichés: las pensiones han de ajustarse a la nueva esperanza de vida pero también a la riqueza de los individuos; el gasto público debe racionalizarse y estar sometido a un control muy estricto, muy especialmente en las Comunidades Autónomas, que han sido un pozo sin fondo de prebendas y compras de voto; la Sanidad debe ajustar sus servicios a las necesidades reales, introduciendo el copago para que los individuos asuman que es un derecho del que no se debe abusar; la Educación debe ser gratuita en sus tramos inferiores, pero en ningún caso la universitaria. Hace ya mucho tiempo que Julian Le Grand de la la London School of Economics demostró que la educación universitaria gratuita es regresiva, financiando con impuestos de los que están trabajando a los estudiantes profesionales.
Por último, es necesaria una política energética realista. España es un país muy dependiente energéticamente de unos recursos no renovables cuyo precio irá creciendo de forma exponencial en los próximos años. Si a esto sumamos la globalización económica y los cambios políticos que se están produciendo y se van a producir en los países árabes, donde la libertad les dará el control de democrático de sus recursos naturales, estamos sentados en un barril de pólvora y fumando. Por ello debemos olvidarnos del discurso hippy y afrontar nuestras restricciones. El desarrollo de las energías renovables, y muy especialmente de la energía solar -la más democrática-, el fomento de su utilización –con, por ejemplo, la financiación parcial de la instalación de paneles solares en las viviendas en lugar de transferir los recursos directamente a las grandes empresas energéticas como se hace ahora- o la vuelta atrás del gobierno en materia de energía nuclear, son pasos en la dirección correcta.
La segunda transición es imprescindible. Es el momento de convertirnos en europeos de plenos derechos y deberes.
© José L. Calvo y José A. Martínez, 2011