lunes, 4 de octubre de 2010

El final de un modelo sindical

Saber cuándo se puede y no se puede luchar, conduce a la victoria. Saber cómo utilizar un ejército grande o un ejército pequeño, conduce a la victoria.

Como cabía esperar, al final de la jornada de huelga general del pasado 29 de septiembre el resultado fue de empate. Pero, al igual que sucede en todos los actos en los que intervienen políticos o sindicalistas, todos y cada uno ganaron (¿se han dado cuenta de que en las elecciones todos ganan? Si no es en votos es en número de diputados, en porcentaje de voto juvenil, en los que están a favor de la independencia o en contra…, los políticos son unos magos a la hora de interpretar los datos a su favor). Para las centrales sindicales la movilización hará pensar al gobierno –como si tuviera la capacidad de adoptar otra política que la impuesta por la UE-; para los empresarios fue un fracaso en toda regla; y el gobierno, como casi siempre, no sabe no contesta. Para nosotros la huelga ha sido la demostración del final de un modelo sindical. A continuación explicamos por qué.
El modelo sindical que se implantó en el siglo XIX está obsoleto. Basado en el concepto de lucha de clases, su objetivo era proteger a unos trabajadores explotados en las fábricas por capitalistas sin piedad. Eso, que fue la base de la concepción de la empresa y el capitalismo de la era industrial, choca frontalmente con la empresa colaborativa que lleva ya muchos años vigente en el mundo occidental. El empresario es, y más el español dado el tamaño de su empresa, un trabajador más que arriesga su dinero y obtiene mayores ingresos por ello. En consecuencia, nadie cree en la lucha de clases al viejo estilo, y por ello vídeos del patrón con chistera y puro jugando al tenis y del trabajador con la escudilla haciendo cola para recoger el auxilio social no llaman a la huelga sino que dan risa (si no fuera porque algunos se lo creen).
Además, el modelo sindical español está copiado del alemán, grandes sindicatos frente a grandes patronales/empresas. Pero entre la estructura industrial teutona y la nuestra hay un mundo de diferencia: en Alemania predominan esas grandes empresas, mientras que en España el tamaño medio es de 4 trabajadores. Aplicar a las pequeñas y medianas empresas españolas los convenios que se acuerdan con los sindicatos de las grandes es lo mismo que intentar dar la estructura de mando del ejército a una guerrilla. ¿Se imaginan que cada partida de los maquis hubiese sido obligada a tener un general, dos coroneles, cuatro capitanes, ocho tenientes… y que para hablar con el general hubiese que recorrer toda la escala de mando? Pues algo así han implantado entre los políticos y los sindicatos en las pequeñas empresas españolas.
En cuanto a las realidades hay al menos cuatro elementos que considerar: en primer lugar, el mercado de trabajo español es un mercado dual, en donde por un lado está el colectivo de trabajadores con contratos indefinidos en los que hay una amplia representación sindical, y por otro está el mercado de los jóvenes, con contratos temporales y escasa o nula representación. ¿Sabían que de los 1,2 millones de afiliados a CC.OO. tan sólo 25.000 tienen menos de 25 años (2%)? Los sindicatos hace mucho tiempo que dejaron de representar a los trabajadores y solo representan a sus trabajadores, habiendo abandonado a los jóvenes, despreciando el futuro.
Ese mismo desprecio lo han extendido a otros trabajadores como los funcionarios. En ningún momento las demandas de UGT o CC.OO. incorporaban la petición de devolución del poder adquisitivo de los empleados públicos, a los que, visto lo visto, los sindicatos también han condenado a pagar la crisis. Esto explica el terrible fracaso de la huelga en la función pública, donde no fue secundada ni por el 8% de los trabajadores.
La tercera realidad hace referencia a que ni los mismos sindicatos se creyeron la huelga. Era esta un envite descafeinado contra un amigo que además les paga, por lo que si bien querían que hubiese huelga tampoco deseaban que fuese un éxito excesivo. Parecía un combate amañado en el que nadie quería golpear muy fuerte, y el tongo se apreció en la convocatoria.
Finalmente, y esto es probablemente lo más importante, se ha producido un cambio de paradigma que ni los políticos ni los sindicatos saben interpretar. Hemos pasado del modelo industrial/analógico al de las TIC/digital. Y eso supone una nueva concepción de la empresa, del papel de los trabajadores en ésta, y del propio trabajo.
En definitiva, el modelo sindical español está caduco. Deben buscarse nuevas formas de proteger los derechos de los trabajadores sin apelar al viejo aparato de propaganda. Más aún si tenemos en cuenta el nuevo modelo económico-social en el que la revolución tecnológica nos ha situado. El futuro está en la empresa colaborativa, asumiendo responsabilidades tanto el empresario como los trabajadores, en los emprendedores y el autoempleo. No afrontar esta realidad sólo sirve para abrir una sima entre los políticos/sindicatos y la sociedad civil. Y por ese hueco se puede meter cualquiera, como se está demostrando en los países del centro y norte de Europa.

©José L. Calvo y José A. Martínez ,2010.