martes, 22 de diciembre de 2009

Oportunismo sindical. ¿Movilizar a quién, para qué y contra quién?

Si el general no logra vencer su ira y les obliga a que trepen como hormigas, morirá un tercio de los soldados y de los oficiales pero no se logrará tomar la ciudad. Será un ataque desgraciado.

El día 12 del 12 a las 12 horas CC.OO. y UGT, sindicatos oficiales mayoritarios, convocaron una manifestación bajo el lema “que no se aprovechen de la crisis”, para que los empresarios no hagan pagar a los trabajadores la crisis económica y llamando al diálogo social (mal empezamos con esa extraña forma de apelar a la responsabilidad de los otros llamándoles aprovechados). Tres cuestiones nos surgen a raíz de esta movilización.
¿A quién representan realmente los sindicatos UGT y CC.OO? No es fácil encontrar datos sobre representatividad sindical en España. Los últimos indican que menos del 20% de los trabajadores del sector privado están afiliados a los sindicatos mientras que este porcentaje aumenta hasta casi el 40% en el sector público. O dicho de otra forma, los sindicatos representan tan solo a 1 de cada 5 trabajadores privados. Y su falta de representación la pudimos ver el día 12: la convocatoria contó con una participación de unas decenas de miles de personas y eso que se fletaron autobuses desde toda España. Mucho menos que un Madrid-Barca.
Es evidente que atrás quedaron las movilizaciones de millones de personas en los primeros de mayo. Y ello se debe a que también quedaron en el pasado aquellos sindicatos de clase que buscaban una transformación de la sociedad y que ahora no solo se han asentado en ella sino que sobreviven a costa de los Presupuestos Generales del Estado. Hemos pasado de sindicatos de clase a sindicatos de servicios –más bien serviles- pero que al mantener el mismo discurso obrerista lo han vaciado de contenido. Porque claro, llamar a la lucha de clases después de años de haber estado asentados en la comodidad del funcionariado, siendo un apéndice del gobierno, no es muy creíble.
La segunda de las cuestiones hace referencia al propio slogan de la manifestación. ¿Son los sindicatos unos hipócritas o no entienden lo que significa el capitalismo? Es cierto que nuestra Constitución afirma que España es una economía social de mercado, lo que dicho en castellano corriente supone que es una economía capitalista pura y no tan dura como, por ejemplo, la americana de la época Bush. Pues bien, el modelo capitalista se basa en la obtención del máximo beneficio. Ese es su principio inmutable. Y para ello las empresas contratan a trabajadores que deben producir más de lo que perciben como salario para generar plusvalías –según Marx- o beneficios que parece que queda “más limpio”. Dentro de esa lógica no solo no se encuentra el no aprovecharse de la crisis, sino que está el de beneficiarse plenamente de ella. Y si no pregúntenselo a los bancos, que han aumentado las comisiones, a Iberdrola, Repsol… Por eso, salir a demandar a las grandes empresas que no se aprovechen de la crisis es como pedirle a la Iglesia que esté a favor del aborto.
Pero lo que tampoco tiene lógica es lanzar un discurso obrerista apelando a la lucha de clases cuando se acepta el capitalismo y no se quiere transformar radicalmente la sociedad hacia un nuevo modelo en el que no haya esa explotación. Señores Toxo y Méndez, es un contrasentido defender el capitalismo –como ustedes hacen implícitamente- y al mismo tiempo demandar que los beneficios se repartan equitativamente entre todos. Es como cuando te peleabas en el colegio con los que eran más fuertes: a lo máximo que podías aspirar es a que te pegaran poco. Desengáñense, por si no lo sabían en el programa capitalista no está –ni se la espera- la justicia social.
Y la última de nuestras preguntas, ¿de qué empresarios estamos hablando? Los sindicatos parecen desconocer el tejido industrial español, compuesto en su gran mayoría por empresas muy pequeñas. Esos ejemplos de EREs que tanto les gusta sacar en los Telediarios como los de General Motors, Nissan… son la excepción en nuestro país. Lo habitual, de donde surge más del 90 por ciento de nuestros desempleados, es de empresas como dulces Paquito que en la época de las vacas gordas tuvo hasta 10 trabajadores y que ahora solo puede generar producción para 5, que tiene que despedir con todo el dolor de su corazón al resto porque el banco le ha cerrado la línea de crédito o porque le ponen condiciones imposibles de cumplir. A ese empresario, que probablemente tenga empeñada su casa para no tener que cerrar la fábrica, que posiblemente pierda todo el capital que ha ido acumulando en estos últimos años, es al que se dirigen los sindicatos cuando demandan que no se aproveche de la crisis. Es a ese al que llaman explotador (y no a Botín, Roures, Polanco… sorprendente).
Señores de UGT y CC.OO., menos demagogia y más sentido común. Menos discurso exaltado y más oferta real de diálogo. Si jugamos según las reglas de la economía social de mercado deberemos ponernos JUNTOS a buscar una solución. Y en esa búsqueda su misión ha de ser muy clara: defender los intereses de TODOS los trabajadores y no solo los de sus afiliados y liberados.
Claro que hay también una alternativa un poco más radical en la línea de su discurso: si lo que quieren es la lucha de clases entonces adelante, pero con el objetivo de transformar la sociedad y crear una nueva, no de parchear el modelo actual (aunque no creo que al gobierno le gustara mucho y estuviera dispuesto a seguir pagándoles de las arcas del Estado).

© José L. Calvo

domingo, 13 de diciembre de 2009

La avaricia rompe el saco o cómo morir de éxito

En suma, he aquí el método para el empleo de la milicia. Se necesitan más del li para aprovisionar un millar de carros rápidos, un millar de carros cubiertos de cuero y cien mil soldados. Después vienen los gastos externos e internos, el estipendio de los consejeros extranjeros, los materiales necesarios para colas y lacas y las aportaciones para los carros y armaduras, todo lo cual suman otras mil piezas de oro al día. Tan solo después de haber contado con todo esto se pueden reclutar cien mil soldados.

Por una vez, y sin que sirva de precedente, no hablaremos del Gobierno. Hoy vamos a hablar de algo mucho más cercano a los dos integrantes de este blog y que a ustedes les puede parecer lejano… aunque quizás no tanto.
Erase que se era una Universidad tan grande, tan descomunal, que necesitaba alimentarse continuamente. Como los ogros de los cuentos, nuestra Universidad era insaciable y necesitaba “comerse” nuevos alumnos para mantener ese “corpachón” burocrático que a lo largo de los años había creado. Así la matrícula crecía año a año, y llegó a tener cerca de 200.000 (sí han leído bien) estudiantes.
El problema al que se enfrentaba la Universidad, llamémosla UNED sin ánimo de particularizar, es que en tenía un “cerebro” en el que no participaba ningún economista. O dicho más claramente, que en su equipo rectoral ninguno de sus miembros conocía los principios del análisis coste-beneficio ni del marketing. Eso le hacía pensar que cada vez que matriculaba un nuevo alumno tan solo tenía que tener en cuenta los ingresos, sin que se le pasara por la cabeza que también generaba costes y que debía cumplir lo que prometía. Vamos, que nuestro “ogro” comía sin cesar sin pensar que tenía que “digerir” el alimento y que para ello hace falta cocinarlo y gastar energías.
Si el equipo dirigente de la UNED hubiese tenido en cuenta no solo los ingresos sino la diferencia entre estos y los gastos, es decir los beneficios, se habría dado cuenta de que hacía mucho que había sobrepasado el nivel óptimo de alumnos y que a partir de ese punto cada nuevo estudiante matriculado generaba más gastos que ingresos, es decir, que producía pérdidas. Dicho en términos del ogro, tenía tal empacho de alumnos que le resultaba prácticamente imposible digerir uno más.
Pero es que además desconocía los principios que rigen el marketing y en concreto el que dicta que no es una buena política a medio y largo plazo engañar tanto a sus consumidores como a sus trabajadores. Y eso es lo que hacía: a los estudiantes les ofrecía cosas que no podía cumplir –por ejemplo el acceso ilimitado a plataformas sin un ancho de banda acorde a las necesidades de ese número de alumnos, basándose en el supuesto de que muy pocos lo usarían-, y a sus trabajadores explicándoles que todas esas mejoras eran a coste cero, cuando el único que añadía cero a sus costes era el propio “cerebro” mientras los profesores se sobresaturaban de grados, postgrados, asignaturas, plataformas, foros… y el personal administrativo era incapaz de gestionar esa masa de estudiantes.
El resultado final no puede ser otro que la indigestión. De tanto comer, de tanto matricular alumnos pensando solo en los ingresos, y del principio del marketing que dice que a través del boca a boca cada consumidor descontento genera otros 8 que no consumirán nunca ese producto, lo que hoy se vende como un éxito puede llevar al ogro a la muerte.
La moraleja es obvia: el coste cero no existe. Si quieres dar un buen servicio tienes que considerar costes e ingresos y la satisfacción del consumidor. Si sólo tienes en cuenta los ingresos, si además vendes humo y te basas en la idea de que tus consumidores no van a utilizar las cosas que les prometes porque en el fondo tienes tanques de cartón, estás condenado al fracaso. Todos conocemos ejemplos de empresas a las que las promesas incumplidas han llevado a la ruina. Y sería bueno que el “cerebro” de nuestro ogro procesase esta información.
¡Ah! Y aunque habíamos prometido que no íbamos a hablar del Gobierno aquí va una pildorita: Sr. Zapatero y sus ministros tengan en cuenta esta bonita historia cuando proponen subir los impuestos o eliminar las desgravaciones. No hagan solo cuentas con los ingresos posibles y descuenten también los gastos. Seguramente el balance no les cuadrará tan estupendamente.

©José L. Calvo

martes, 1 de diciembre de 2009

Ley de Economía Sostenible. Buenas intenciones y poco más

Cuando el general es débil y no se muestra estricto, su preparación y liderazgo no son evidentes. Debido a ello los oficiales y la tropa se muestran inconstantes. Y las formaciones militares se sienten confundidas. A esto se le llama “caos”.
Estábamos los economistas de todos los ámbitos, profesionales, académicos, gestores de los mercados… a la espera de la gran noticia prevista para este viernes: la presentación de la Ley de Economía Sostenible. Nunca, desde la publicación de la Teoría General de John M. Keynes, se había esperado tanto de una propuesta que iba a hacer que el gran enfermo de Europa (España según The Economist) remontase el vuelo, superásemos nuevamente en renta per cápita a Italia y volviésemos a llamar a las puertas del G8 para que nos hicieran un sitio entre los grandes. El nuevo gurú de la economía, José Luis Rodriguez Zapatero, había predicho que su proposición cambiaría el rumbo no solo de la economía española sino de la europea, ya que esta Ley sería puesta en marcha para todos los países de la Unión aprovechando que el 1 de enero comienza el período de la presidencia española.
Y ciertamente al conocer la Ley de Economía Sostenible nos hemos quedado boquiabiertos. Buenas intenciones, una presentación power point que podría haber hecho un alumno de primero de Economía, pero sin concreción. Y por supuesto ninguna reforma, del mercado laboral, del sistema educativo, del financiero, de la Administración Pública para introducir una política de riguroso control de gasto… Lo dicho, una apuesta por esperar, con buenas palabras y poco más, que la ola de la recuperación internacional nos saque de donde estamos varados.
La Ley nos vuelve a ofrecer un modelo basado en el I+D+i, la formación y las energías renovables, pero ni un solo euro concretado en esas actividades. De hecho, las únicas concreciones son las que figuran en los Presupuestos Generales del Estado para 2010, que van justo en la dirección opuesta con una reducción muy importante de la partida dedicada a I+D. Por otro lado “dinamita” el sector que ha sido el motor del crecimiento de nuestra economía, la construcción. Si la vivienda está sufriendo una caída en sus precios imagínense lo que va a suceder ahora que la desgravación por compra desaparece para rentas superiores a los 24.000 euros. Dos consideraciones en esta línea: en primer lugar, es lógico que los compradores vayan a descontar del precio de la vivienda las deducciones que hasta ahora obtenían, con lo que obviamente estarán dispuestos a pagar un precio menor que aquél que pagarían en el caso de que esas deducciones se mantuvieran. El resultado puede ser una “caída libre” del precio de la vivienda; y en segundo lugar está el límite de los 24.000 euros que, en principio, no parece tener en consideración elementos como el tamaño de la familia a la que pertenece la persona que obtiene los ingresos. Un ejemplo sencillo: una familia de 4 miembros –padre, madre y 2 hijos- con una única renta de 25.000 euros no tendrá derecho a deducción por la adquisición de vivienda aún cuando estén por debajo de la línea de la pobreza; y sin embargo otra familia compuesta por dos miembros con ingresos individuales de 23.000 euros, es decir 46.000 euros anuales de ingresos conjuntos, sí tienen derecho a deducción.
Saltando de las consideraciones económicas a las políticas, -los economistas también tenemos ideología- el problema es que el rumbo errático de la política económica, este socialismo estético –gracias Fernando por la definición- que practica el gobierno, con un discurso hueco pero sin acometer las reformas necesarias, y la radicalización verbal tanto de la derecha como de la izquierda está dejando a esta última huérfana de opciones. Si a la defunción certificada de IU unimos una socialdemocracia tan descafeinada que consigue que los bancos vuelvan a la senda de los beneficios en menos de un año mientras que condena a más de 4 millones de españoles a la beneficencia conculcando su derecho constitucional a un trabajo digno, los votantes de izquierdas cada vez vamos perdiendo más la ilusión por un cambio efectivo y por aquellos que deberían representarlo. Por el contrario, esa radicalización del discurso, un populismo muy bien entendido y una situación político-económica desastrosa están dando alas al sector más duro de la derecha española, a ese que camina de la mano de una iglesia ultramontana. Y no es una perspectiva nada halagüeña.
Sr. Presidente, comience a ponerle chicha a la Ley de Economía Sostenible o la época de Margaret Thatcher en el Reino Unido va a ser el comunismo comparado con lo que nos espera a partir de 2012.

© José L. Calvo