domingo, 13 de diciembre de 2009

La avaricia rompe el saco o cómo morir de éxito

En suma, he aquí el método para el empleo de la milicia. Se necesitan más del li para aprovisionar un millar de carros rápidos, un millar de carros cubiertos de cuero y cien mil soldados. Después vienen los gastos externos e internos, el estipendio de los consejeros extranjeros, los materiales necesarios para colas y lacas y las aportaciones para los carros y armaduras, todo lo cual suman otras mil piezas de oro al día. Tan solo después de haber contado con todo esto se pueden reclutar cien mil soldados.

Por una vez, y sin que sirva de precedente, no hablaremos del Gobierno. Hoy vamos a hablar de algo mucho más cercano a los dos integrantes de este blog y que a ustedes les puede parecer lejano… aunque quizás no tanto.
Erase que se era una Universidad tan grande, tan descomunal, que necesitaba alimentarse continuamente. Como los ogros de los cuentos, nuestra Universidad era insaciable y necesitaba “comerse” nuevos alumnos para mantener ese “corpachón” burocrático que a lo largo de los años había creado. Así la matrícula crecía año a año, y llegó a tener cerca de 200.000 (sí han leído bien) estudiantes.
El problema al que se enfrentaba la Universidad, llamémosla UNED sin ánimo de particularizar, es que en tenía un “cerebro” en el que no participaba ningún economista. O dicho más claramente, que en su equipo rectoral ninguno de sus miembros conocía los principios del análisis coste-beneficio ni del marketing. Eso le hacía pensar que cada vez que matriculaba un nuevo alumno tan solo tenía que tener en cuenta los ingresos, sin que se le pasara por la cabeza que también generaba costes y que debía cumplir lo que prometía. Vamos, que nuestro “ogro” comía sin cesar sin pensar que tenía que “digerir” el alimento y que para ello hace falta cocinarlo y gastar energías.
Si el equipo dirigente de la UNED hubiese tenido en cuenta no solo los ingresos sino la diferencia entre estos y los gastos, es decir los beneficios, se habría dado cuenta de que hacía mucho que había sobrepasado el nivel óptimo de alumnos y que a partir de ese punto cada nuevo estudiante matriculado generaba más gastos que ingresos, es decir, que producía pérdidas. Dicho en términos del ogro, tenía tal empacho de alumnos que le resultaba prácticamente imposible digerir uno más.
Pero es que además desconocía los principios que rigen el marketing y en concreto el que dicta que no es una buena política a medio y largo plazo engañar tanto a sus consumidores como a sus trabajadores. Y eso es lo que hacía: a los estudiantes les ofrecía cosas que no podía cumplir –por ejemplo el acceso ilimitado a plataformas sin un ancho de banda acorde a las necesidades de ese número de alumnos, basándose en el supuesto de que muy pocos lo usarían-, y a sus trabajadores explicándoles que todas esas mejoras eran a coste cero, cuando el único que añadía cero a sus costes era el propio “cerebro” mientras los profesores se sobresaturaban de grados, postgrados, asignaturas, plataformas, foros… y el personal administrativo era incapaz de gestionar esa masa de estudiantes.
El resultado final no puede ser otro que la indigestión. De tanto comer, de tanto matricular alumnos pensando solo en los ingresos, y del principio del marketing que dice que a través del boca a boca cada consumidor descontento genera otros 8 que no consumirán nunca ese producto, lo que hoy se vende como un éxito puede llevar al ogro a la muerte.
La moraleja es obvia: el coste cero no existe. Si quieres dar un buen servicio tienes que considerar costes e ingresos y la satisfacción del consumidor. Si sólo tienes en cuenta los ingresos, si además vendes humo y te basas en la idea de que tus consumidores no van a utilizar las cosas que les prometes porque en el fondo tienes tanques de cartón, estás condenado al fracaso. Todos conocemos ejemplos de empresas a las que las promesas incumplidas han llevado a la ruina. Y sería bueno que el “cerebro” de nuestro ogro procesase esta información.
¡Ah! Y aunque habíamos prometido que no íbamos a hablar del Gobierno aquí va una pildorita: Sr. Zapatero y sus ministros tengan en cuenta esta bonita historia cuando proponen subir los impuestos o eliminar las desgravaciones. No hagan solo cuentas con los ingresos posibles y descuenten también los gastos. Seguramente el balance no les cuadrará tan estupendamente.

©José L. Calvo

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