jueves, 21 de junio de 2012

¿Para qué? La economía del malestar

El caos nace del orden. La cobardía nace del valor. La debilidad nace de la fuerza.  Sun Tzu
Una política que afecta adversamente a los ingresos de algunos ciudadanos puede estar justificada si da por resultado un incremento de los ingresos de otros sectores de la economía que sea suficiente  para compensar a los que han sido adversamente afectados. Principio de compensación de V. Pareto

Si alguna consecuencia positiva podemos extraer los estudiosos de la economía de la actual Gran Recesión que vivimos desde 2007 es que ha socavado los cimientos de la Teoría Económica y con ello los principios que han regido la sociedad en las últimas décadas. El pensamiento único, aquél criterio que nos vendieron de que la sociedad había alcanzado el mejor sistema político-económico –la combinación democracia y capitalismo- ha sido dinamitado. Para empezar porque la democracia ha sido sacrificada; y en segundo lugar porque ha demostrado que el capitalismo liberal no funciona como modelo de conducción de la economía y la sociedad hacia un estadio de mayor bienestar colectivo.
No creo que haya muchas dudas sobre quienes toman las decisiones hoy en día en los países que denominamos democráticos. No son los ciudadanos que votan, ya que la orientación política que depositan en las urnas queda soslayada por las necesidades del mercado. Hoy por hoy la distinción entre izquierda y derecha es inexistente, lo mismo que nuestra capacidad de decisión.
Por otro lado, es evidente que en los denominados PIGS (incluida España, pero no solo en ellos) los logros de toda una sociedad se están sacrificando en beneficio de los intereses de unos pocos –tampoco nos engañemos, los mercados tienen nombres y apellidos, y se llaman Botín, Soros, Buffet, fondos soberanos de los EAU…-. La buena imagen del capitalismo que durante años intentó mostrar, especialmente los partidos socialdemócratas europeos, a través del Estado de Bienestar ha dejado paso a su realidad más cruda: la explotación de unos por otros; la indiferencia ante la caída en picado de las condiciones de vida de la gran mayoría para el disfrute de una minoría cada vez más rica. 
El papel de la Economía y de los economistas ha quedado reducido a explicar y justificar por qué esto es bueno y necesario, argumentado con modelos muy complejos y explicaciones muy técnicas, pero banales. O ¿hay algún economista que pueda explicar por qué es bueno que haya gente pidiendo en las calles de Atenas o de Madrid mientras un señor vestido de rojo se pasea por los paddocks del mundo, o un político irresponsable coge un avión público –pagado con el dinero de todos- para ir a ver un partido de fútbol? 
Seguramente hay que volver a la pregunta que justificó los primeros estudios de Economía: ¿para qué sirve?, ¿para qué deben crecer las economías y acumular riqueza?, ¿para qué sirven los mercados? Los clásicos como A. Smith, D. Ricardo, J. S. Mill, K. Marx, A. Pigou o V. Pareto tenían muy clara su respuesta: para la mejora del conjunto de la sociedad y el avance de la humanidad.
 Es evidente que los economistas actuales –y los políticos en el poder- lo han olvidado. Mejor sería que recuperasen esa visión clásica, porque como dice el adagio, quien olvida su historia está condenado a repetirla. Los comienzos del siglo XX y XXI se parecen cada vez más.

© José L. Calvo