lunes, 23 de marzo de 2009

El “nuevo” espíritu empresarial que necesitamos y nuestro amigo Paco

El que monta un negocio y no es pesetero, pronto pierde su dinero
Hay que hacer del ocio, nuestro mayor negocio.
Sí el vino perjudica a tus negocios, deja el negocio.
Negocio que no da para llegar a las diez, mal negocio es.

Como habrán podido observar, hemos comenzado este artículo no con la cita típica del Sun Tzu, sino con varios refranes españoles. Queremos así iniciar una nueva fase en que si bien los consejos del general chino siguen siendo nuestro punto de referencia, no queremos olvidarnos de nuestra propia sabiduría popular. Aunque sea, como en este caso, para criticarla.
Uno de los elementos clave que los autores proponemos a los españoles para enfrentarse a la actual crisis económica, ya sea en el blog o en el libro que acabamos de editar y que por supuesto les recomendamos, es un cambio de mentalidad. Cambio que debe reflejarse en nuestra actitud ante la vida y también en cómo percibimos la actividad económica. Y en este caso queremos centrarnos en un aspecto de ésta: la forma en cómo enfocamos la actividad empresarial.
La imagen que la sociedad española tiene de su empresariado no es buena. Y ello se debe, a nuestro juicio, a dos motivos: en primer lugar, porque salvando magníficas excepciones que poco a poco se van convirtiendo en la norma, más que empresarios lo que ha proliferado en España han sido aventureros, especuladores,… y en general individuos carentes de profesionalidad; y en segundo lugar porque nuestro sociedad tiene incorporada a su código genético una cierta animadversión hacia esta actividad, como demuestran los refranes que hemos incluido. Analicemos estos dos aspectos.
Tradicionalmente el empresariado de nuestro país ha estado compuesto por personas con un escaso grado de cualificación. Se llega a empresario por vocación –y en los últimos años porque se tenía un terreno y algo de dinero- y ello ha supuesto en muchos casos una falta importante de preparación que se traduce en una gestión carente de profesionalidad. Por poner solo algunos ejemplos, lo más normal es que nuestras pequeñas empresas, que representan más del 99 por ciento del total, sean sociedades individuales, lo que supone que si bien en las épocas de bonanza los beneficios van directamente a su propietario, en las de mayor estrechez, y sobre todo cuando las cosas se ponen feas y hay que cerrar la empresa, este deba hacer frente a las deudas con todo su patrimonio actual y futuro. También es habitual encontrarse con una contabilidad no profesional y desde luego con escasos conocimientos de cosas tan básicas como las dotaciones de capital, las amortizaciones o el TAE de las líneas de crédito o los descuentos comerciales que tan de cabeza les llevan en la actualidad… Por no citar a aquellos que cuando la economía española era la locomotora de Europa dilapidaron los beneficios de la empresa en viajes en primera clase, safaris, coches deportivos, todo terrenos,… Lo dicho, poca preparación y poca profesionalidad han asimilado muchas veces la profesión de empresario en España a la de aventurero o especulador (sobre todo en la construcción).
Pero esta es solo una cara de la moneda. La otra la podemos observar cuando volvemos la mirada hacia la sociedad. Porque la cultura del “pelotazo”, del vivir sin trabajar, forma parte de nuestro acerbo nacional. Como decimos, los refranes son un buen ejemplo. Pero es que además nos queda un viejo prurito de la época franquista que consiste en considerar a los empresarios como explotadores. Nadie, y muy especialmente desde la izquierda, quiere pertenecer a este colectivo ya que con el simple hecho de constituir una empresa y contratar a un trabajador parece haberse pasado al enemigo. A partir de ese momento deja de ser uno de los nuestros para convertirse en un explotador (¿Recuerdan la anécdota de Amancio Ortega aclarándole al President Pujol que no fabricaba en un barco en alta mar?). Es como si el mero hecho de registrar el nombre de una empresa y resolver la maraña de trámites legales supusiese pasar de vivir del propio esfuerzo a alimentarse del de otros.
Pues bien, ambas concepciones del empresario deben cambiar si queremos que España y los españoles podamos salir de la crisis en mejores condiciones de las que entramos. Y si el candidato estadounidense republicano McCain tenía su fontanero Joe, nosotros tenemos a nuestro amigo Paco como ejemplo de lo que representa esa nueva mentalidad que creemos se debe implantar.
Paco vino de Guinea Ecuatorial a comienzos de la década de los noventa. Desde su llegada trabajó en todo tipo de oficios, muchos de ellos desconocidos para él en su país de origen. Nunca se negó a realizar una tarea. Poco a poco, con mucho esfuerzo, consiguió crear una empresa en la que ha llegado a tener contratadas a tres personas. Dicho de otra forma, tres familias y la suya propia dependen de su capacidad de generar trabajo.
Nuestro amigo Paco rompe con todos los arquetipos que la sociedad atribuye a los empresarios: va a su país de origen, ya que ahora es español, una vez cada dos años a visitar a sus hermanos, y no hace otro tipo de vacaciones. Conduce la furgoneta de la empresa y posee otro coche de gama media de segunda mano. Nunca ha tenido un todo terreno y desde luego nunca ha asistido a una cacería. Vive en una casa de un barrio trabajador de Madrid por la que paga su correspondiente hipoteca. Y alimenta a su familia y a la de sus trabajadores con los proyectos que consigue a través del boca a boca, Internet,…
Este es el espíritu y el empresariado que nos puede sacar de la crisis. Aquellos que se esfuerzan y emplean su creatividad y sus ganas de trabajar para generar todo tipo de empleos. Obviamente no son explotadores sino justo lo que la sociedad necesita. ¡Ojala haya muchos Pacos en nuestro país!
¡Ah!, y por si no lo habían deducido, para ser más correcto políticamente Paco es negro.

© Martínez y Calvo 2009

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