miércoles, 4 de febrero de 2009

Nadie es culpable de la crisis. La responsabilidad es del otro

Dado que el general Sun Tzu no echaba la culpa de sus victorias y derrotas a los demás, hemos recurrido al refranero español, donde esta práctica es tradición: Entre todos la mataron y ella sola se murió
El actual comportamiento de los agentes económicos españoles ante la crisis parece un vodevil. Si no fuera por lo grave de la situación y porque afecta a las personas en algo que realmente les importa, su empleo, las declaraciones cruzadas de la Administración, las entidades financieras y los representantes de las familias y las empresas harían reír. Porque ninguno de ellos tiene la culpa de la crisis, de la que, naturalmente, es culpable el otro.
El gobierno culpa no ya solo a la situación internacional sino ahora a la banca de la gravedad de nuestra crisis económica y de la actual falta de actividad, ya que los recursos que han puesto a su disposición no fluyen hacia los particulares y las empresas. Por su parte, estos últimos se suman a las acusaciones del gobierno, y demandan una actitud enérgica que les permita financiar sus deudas al mismo tiempo que acusan al propio gobierno de inactividad. Por último, la banca se nos descuelga ahora con que la culpa de que no den préstamos se debe a que las familias y las compañías están excesivamente endeudadas, y que es el sector real el que amenaza al financiero.
Lo dicho, nadie es culpable pero tenemos más de tres millones de parados y creciendo. Pues nosotros creemos que sería bueno que todos dejáramos de echar balones fuera y asumiéramos nuestra parte de culpa.
Los individuos y las empresas porque se endeudaron sin racionalidad, sin límite alguno, sin considerar si podían pagar lo que pedían prestado. El dinero era tan fácil de conseguir que por qué no disfrutar del coche de tus sueños, de una casa en la mejor zona, de una tele de plasma –de esas que ahora tendrás que tirar tras la normativa europea-,… colmando hasta el último de los deseos. Era irrelevante endeudarse muy por encima de tus posibilidades, o de que la última factura la tengan que pagar tus tataranietos.
Asentadas en un crecimiento sin precedentes y deseosas de incrementar sus beneficios, las entidades financieras concedieron créditos sin control, sin garantías de pago en muchos casos. Las restricciones a la obtención de un préstamo se volvieron tan laxas que era prácticamente imposible no tener un crédito con una entidad financiera, aunque tus ingresos fueran irregulares y mínimos. Los sistemas de avales cruzados, las agencias negociadoras, y un largo etcétera de prácticas poco recomendables permitieron que accedieran al crédito personas y empresas que en condiciones de mercado normales no hubiesen sido ni siquiera consideradas.
Esta misma inexistencia de restricciones crediticias permitió que cualquiera que tuviera un terreno se convirtiera en promotor inmobiliario, que tanto él como el banco o la caja que le avalaba asumieran un riesgo excesivo. Pero eso era lo de menos, ya que las promociones se vendían casi antes de estar proyectadas, entre otras cosas porque era una buena inversión especulativa. Hay que recordar que el ministro de Fomento del PP, Francisco Álvarez Cascos, llegó a afirmar que “los pisos suben porque los españoles son más ricos y están dispuestos a pagar más por una vivienda”.
Los sucesivos gobiernos, de ambos signos, consintieron este desbarajuste. Porque les venía muy bien, porque los ingresos provenientes de los impuestos a las transacciones de viviendas permitían presumir de unas finanzas públicas saneadas. Ningún gobierno, repetimos de ambos signos, hizo caso a las advertencias que desde el Banco de España y desde las instituciones internacionales avisaban de que la burbuja inmobiliaria era insostenible. Muy al contrario, fueron considerados agoreros, casi antiespañoles.
En definitiva, ¿de quién es la responsabilidad? Evidentemente de todos. De nuestra irracionalidad como consumidores; de la falta de responsabilidad de las entidades financieras a la hora de gestionar los recursos y conceder créditos; y de los gobiernos que no supieron poner freno y, sobre todo, que no fueron capaces de encaminar nuestro modelo de crecimiento hacia sendas más seguras –como por ejemplo las energías alternativas, la innovación, las TICs, la formación,…- aprovechando la bonanza. ¿Por qué no se invirtió en esas áreas de futuro siendo conscientes, como lo podía ser cualquiera que tuviera dos dedos de frente, que la especulación inmobiliaria tenía los días contados?
Ahora todos nos hacemos de cruces y criminalizamos a los demás. Pero mejor sería que asumiéramos nuestras culpas y nos pusiéramos a trabajar conjuntamente. El mal está hecho y ya no tiene remedio. Habrá que buscarle soluciones. Remanguémonos, no busquemos culpables sino aliados, y encontremos una salida entre todos. El resto de las opciones son suicidas.

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